lunes, 7 de septiembre de 2015

Mi Duelo Anticipado

I- Te lloro
(Ay hermano mío, había olvidado cuánto te amo...)
Por eso te lloro. 
Te lloro porque aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme, al menos no como lo hubiera deseado, porque dentro de mí, habita el dolor del desencuentro. Sin embargo, a pesar de esta ausencia tan presente, te amo. Te amo con el amor aquel, el de las vacaciones en la playa: nos reímos de todo, y los chicos corren y se sacuden la arena al grito de helado. Te lloro, y sé que aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme; al menos no como lo hubiera querido, no como lo había soñado; pero te amo. 
Te amo con el amor de la niñez y tus pruebas de judo -“porque debo practicar”- y yo vuelo por el aire, y me quedo sin aliento, y me caigo y me levanto en un grito, mezcla de pánico y gozo, feliz y estrepitosa.Te lloro, porque aunque te amo y me acerque, jamás lo haré lo suficiente, al menos, no como lo había imaginado. Sin embargo te amo. Te amo con el amor de la adolescencia, tirados en la cama y el cine de los sábados, llena de indios y soldados nuestras tardes; reímos  como locos, cómplices y amigos, con esa amistad insensata y eterna que creen tener los hermanos; y la vieja grita, y todo se desordena, la vida se desordena y nos mareamos, mientras el tiempo pasa,  irracional y apasionado, sin lógica ni coherencia, se mezclan las viejas defensas heroicas con los anhelos desenfrenados, las pretensiones inhumanas con las muertes absurdas. Todo nos marea. Pero te amo y te lloro. Te lloro  por hoy, por ayer y por mañana; porque aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme, al menos no como lo hubiera deseado. Te lloro, aunque te amo, porque dentro de mí, habita el dolor del desencuentro.
II- Escapar del cuerpo
Prisionero de la carne, exaltado, sus sentidos lo exploran. Esclavo del dolor, explota, está alerta. En una excitación profunda, mezcla de abstinencia y terror, se conmueve. Sufre. Creo que implora. Sus ojos verdes se hacen verdes lagos. Su sufrimiento es el mío. Un abrazo nos confunde y nos funde, como antes, como hace tanto no ocurría. Por unos instantes somos uno. Siento su temblor, advierto sus pensamientos, adivino sus miedos. Pretendo no ver esta realidad contundente, profundamente detestada, irreversible. Odio esta realidad (él y yo la odiamos). 
Y en este minuto, nuevamente juntos, ambos pretendemos lo imposible: escapar del cuerpo.

III- Soñar el Atlántico
Ahora descansa. Sumergido en la marea profunda navega su viaje. Un sueño anticipado lo envuelve. Se aleja (vaya a saber dónde). Veo su vientre llenarse con un aire que deseo imagine sea el del Atlántico; que vea la playa, con su arena ardiente y sus hijos riendo. Deseo sienta las olas mojando sus pies. Ahora descansa. Inhala y exhala. Yo lo hago con él, porque las pausas se alargan, y quiero creer que con mi esfuerzo alcanza para los dos. Inhalo y exhalo. Controlo su respiración que ahora, aunque nuestra, continúa anhelosa. Sus ojos están cerrados. Deseo que en su sueño se sumerja y que de una brazada, y otra, y otra más, y se aleje. Deseo que su ser abandone su carne. Deseo quesea libre y al fin poder decir: ahora descansa.

IV-  El tránsito final. La muerte anda rondando
Anda rondando. Desprejuiciada camina por el sólido edificio. Sube un piso, lo baja, se detiene: en el viejo sillón, se sienta, complacida; entre dolores y rezos, morbosa, se relame. Se mezcla con la cálida mañana. Nos miente y le creemos. Queremos fiarnos, tener fe, queremos aguardar hasta saber que se ha marchado. Sin embargo, no es así, yo la siento, sigue ahí. Licenciosa, juega entre los árboles. El jardín en un esfuerzo vano, trata de mostrar su actual inservible belleza. Anda rondando. Por momentos, complaciente, siembra semillas de esperanza, luego, su naturaleza la domina, se manifiesta en su ser, implacable, irreversible. La encerrona trágica, es su mejor amiga. La tragedia, su cordial compañera. La desolación, su pareja inseparable. Quisiera que se canse, que detenga su marcha, que se apiade. Quiero llorar de una vez y para siempre, darle fin a esta agonía, pero ella es incansable. Anda rondando.
V- Mis noches, campos minados.
Los días se hacen largos, las horas eternas. La noche se transforma en un campo minado. Pretendo no pensar y no paro de moverme. Mi compañero duerme el cansancio del día. Me acurruco como niña, me acerco. Mi cuerpo se moldea a la forma del suyo. Su calor me recuerda el calor de la vida: los días alegres, las cálidas mañanas. Por unos instantes, me calmo, me siento victoriosa, creo haber ganado esta batalla, y en el momento justo de plantar mi bandera, la idea, me sorprende por la espalda. Pretendo no pensar, pero perdí esta guerra: es que en el campo minado no paré de moverme. 

VI-Me niego a perderte
No quiero perderte, al menos no otra vez, tal vez por eso, no quiero recuperarte. Me prohíbo la ilusión, me prohíbo sentir tu cercanía.  Prefiero adormecerme, apartarme, creerme y creerte lejos, mentirme. Es que no puedo perderte, al menos, no otra vez.




VIII -Ella es su madre, y no quiere saber              
Ella no quiere saber, pero ya sabe.
Lejos de él, acongojada, también ella desfallece. Y pretende negarlo, pero por las dudas, 59 veces, 59 cuentas de rosario rezó. Y no quiere saber, pero ya sabe. Y se enoja. No hay ciencia que alcance, ni milagro, ni un resto de superstición, ni velas encendidas, ni dioses, ni chamanes. No alcanza, nada alcanza. Su amado hijo, yace, agonizante. Es lo mejor de su vida (dice) y se lo están quitando. Ella, no quiere saber. 


VIII- El hijo-padre
La cabeza inclinada hacia un lado, pesada, cae en una resignada siesta no deseada.  Estás rodeado de gente, y a la vez, profundamente solo, casi vencido, enfrentado a una lucha escarpada, tristemente despareja. (Y pensar que ganabas todas las batallas...). Tu hijo, hoy transformado en padre, te da su mano; la acarician tus dedos pálidos y temblorosos de padre-hijo. Él sostiene tu mirada suplicante, y vos mentís encontrar las respuestas perfectas, las que satisfacen tu súplica. Tu cuerpo convulso, implora letanía: hoy no querés la cresta de la ola, hoy mejor la meseta, el valle florido, el campo sereno. En este cuarto aséptico, impoluto, infructuosamente confortable, el amor, en su máxima expresión, flota en el aire, los cubre, los envuelve. Tu hijo-padre hace todo, te entrega todo, se entrega a sí mismo y más. Respira por vos, y caprichoso, ignora al destino. Es una pelea desigual pero él, vehemente, no decae, y tantas veces como puede, sacude tu corazón y en sus brazos, nuevamente te trae a la vida. 


IX- El nuevo cristo
La tarde esta gris, él, vencido. Remolinos de sábanas arrugadas, dibujan el sufrimiento que inunda el aire. Una fuerza, independiente y desconocida, pega el cuerpo a la cama. En mi loca imaginación, las formas se desvanecen, y en medio de tanto dolor, solo veo una cruz, y a su nuevo cristo.


X- En el cielo, la mesa larga ya fue puesta
Ay tía, te está llamando… Ay tía, por favor, vení a buscarlo.
Y como siempre lo hiciste, abrazalo con tu amor y liberalo. Llevalo a ese lugar que imagino placentero. Sonreíle (como siempre). No permitas que resista, que tu sonrisa (como siempre) lo seduzca. 
Ay tía, por favor, extendele tu mano. 
Sabés? Si cierro los ojos, ya los veo: mi viejo con el tío, discuten (como siempre), (como siempre) su hijo espera su llegada y el mío (como nunca) juega en algún rincón. Ay tía, sé que en el cielo, una fiesta muy grande se organiza. 
La mesa larga ya fue puesta. Sólo falta que escuches su llamado.  Ay tía, por favor, vení a buscarlo.


XI- La muerte, confundida.
Ellos se abrazan, se apretan fuerte, tanto, que veo un solo cuerpo. Lloran las mismas lágrimas. Laten en un solo corazón. Ella clama. Ellos, fundidos, la ignoran. Escondidos tras su profundo amor, la engañan. Ella se aleja y confundida, concede un día más.





XII- La tumba
Inmutable, permanece allí, paciente, en una callada espera. Espera su momento, ése, el mismo que no deseamos sea el nuestro: el del –por qué a mí- el del –hasta siempre- el del –nunca te olvidaré- La imagino gozosa, obediente a su hambruna, abriendo su boca, tragándonos. Ella no pide permiso (no es necesario) ella devora. Primero irá por el cuerpo, pero no le alcanzará e insatisfecha, también vendrá por nosotros, y se llevará ilusiones y esperanzas, paseos por la plaza, tardes de mate, mediodías de domingo y asado al sol. Un grito se ahogará en llanto: ella se deleitará con su música. Y cuando esté a punto de cerrar su boca, en un eructo gozoso, repulsivo, nos escupirá, y con él, nos expulsará. –Por un tiempo-, dirá –tan sólo por un tiempo-. Dadivosa, regalará un trozo más de vida. No tiene apuro, ella puede esperar, siempre espera. Puede darnos la chance de no morir con él, no esta vez, total… sabe que tarde o temprano volveremos. Ella, paciente, permanecerá allí (hasta el próximo encuentro) cuando en silencio, vuelva a abrir su boca, y obediente a su hambruna, esta vez, implacable, nos trague.


XIII- Al final, tal vez, la playa.
Y estoy segura que al final, él dejará de esperar y acudirá a su encuentro. Tal vez este final, sea sólo un principio, tal vez su eternidad sea un infinito y feliz momento acompañado. Si, estoy segura, su hijo acudirá a su encuentro, y quiero creer que tal vez no esté solo. Tal vez los ojitos grises de mi viejo los ilumine. Tal vez se transmuten y juntos sean ese azul-verde-mar que veré al día siguiente. Voy a sentarme en la arena. Voy a esperar que una ola gigante me atropelle. Voy a esperar que me hable. Voy a escuchar su latido, y cuando el agua yodada y burbujeante me toque la mejilla, voy a quedarme ahí, perdida en ese beso.


XIV- La Despedida
Sin rituales, sin responso, sin cajón donde aferrarme; sin besos en la frente, sin flores, sin abrazos, te lloré. Y en el minuto siguiente de tu muerte, en un grito solitario, ahogado y mudo, con dolor y con enojo, me quedé. Y entonces, como para verte, levanté mi mirada, y estoy casi segura, aunque nadie lo crea, te encontré.





Stella Maris Riera , Argentina (1958) 








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