jueves, 21 de enero de 2016

Mire que yo no se nada

"Mire que yo no se nada"
Seleccionado y Publicado por Edit. Dunken para su libro Letras del FACE 

Aquel día que a Rosa la citaron a declarar, entre sorprendida y asustada, dijo: “-de lo que ocurría en esa casa, yo al menos, no se nada, pero eran una pareja rara ¿vio? aunque casi no los conocía…  pero mire, él parecía un hombre común, y salía poco, sólo se lo veía cuando temprano se iba a trabajar, cada mañana, siempre vestido con su overol azul, más o menos a las ocho”-. Rosa declaró que volvía temprano y que no podría jurarlo pero “-cuando volvía, de inmediato se cerraban las ventanas, mire, las cortinas, apenas si se abrían, y en su ausencia”-. Agregó: “-él tenía una mirada… ¿cómo puedo explicarle? fría; para mí, ahí algo pasaba, aunque sólo es mi impresión, porque ¿ya le dije que los conocía poco no?”- Y de ella, “-no se, qué podría contarle…- Luego Rosa prosiguió: “-ella casi no salía, llevaba la cabeza gacha”- y acongojada, continuó “–para mí, ya no soportaba más (claro, si es que pasaba algo ¿no?) Porque ella hablaba poco, pero lo notaba cualquiera, cada gesto lo tenía controlado. Mire oficial, que a mí me lo contaron… pero dicen que hacía lo que fuera para hacerlo feliz: que la comida estaba a tiempo, que la ropa estaba lista, y que ella… usted me entiende, ella siempre estaba dispuesta para él. Pobre Lucía… ¿ya le dije oficial que se llama Lucía? sí, dicen que siempre iba sonriente, bueno, cuando él quería que sonriera, claro, y en silencio, cuando él la quería callada; pobre mujer, sí… ahora que me acuerdo, no se cómo aguantaba…  yo los conocía poco, pero los que los conocieron más, dicen que cuando salía a la calle ella usaba ropa suelta y anteojos negros, seguro para ocultar, pobrecita, alguna marca y que en sus ojos nadie notara su dolor. La verdad oficial, usted no imagina lo hermosa que es esa mujer ¿le conté que escondía su belleza? (bah! para mí, si casi no se animaba a sonreír).  Una vez Doña Celia me contó que a ella, el Rogelio le dijo que ella es la culpable y que cuando llora no se aguanta la bronca, que los nervios se le crispan y que apenas si puede pensar, mucho menos hablarle y para no pegarle, se tenía que ir-. Según él, ella no lo comprendía. Mire oficial, usted ya se dio cuenta, yo poco los conozco, pero los que sí los  conocieron dicen que ella, ya no soportaba más, y que fue por eso que ese día, preparó su mejor cena, y en el almacén gastó y gastó hasta dejar su billetera vacía; que hizo un rico postre y que luego ¡ay oficial! ¿cómo le digo? bueno… que ella hizo uso de sus mejores artes ¿vio? usted me entiende… que conversó de todo, que fue amable, y que le dio la noche más apasionada como el Rogelio jamás soñó y que hablaron y hablaron hasta que el sueño los venció. Dicen que ella se apoyó en su pecho, dicen que así se quedó varias horas, y que inmóvil, esperó hasta escuchar la pesadez de su respiración; y bueno, yo mucho no se, pero dijo Doña Celia, que él dormido, sonreía. En fin, ahí termina la historia, capaz en el pueblo alguien sepa algo más. Mire oficial, usted va a pensar que estoy loca, pero ¿sabe? cuando paso por la casa, cada día, la recuerdo, y cada noche, al acostarme, me imagino todo lo que luego de ese encuentro sucedió. Si es como si la estuviera viendo: ella en la cama se sentó, desnuda como estaba se echó el tapado encima, y conociéndola como yo la conocí, estoy segura que a su abrigo lo cerró prolijamente, y serena, con la tarea cumplida, habrá tomado su cartera, y luego, decidida y sonriente se marchó”-.
Stella Maris Riera, Argentina / 1958
Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias




sábado, 16 de enero de 2016

PECADOS COTIDIANOS: 3- La Ansiedad

                                                                              Pecados Cotidianos 
Esta serie de cuentos surge con la pretensión de recrear personajes, espejos que reflejen nuestras singularidades
Ficción y Realidad se conjugan para mostrarnos quienes somos, y cómo -no sin esfuerzo- podríamos llegar a ser.
De la Serie: Diferentes Formas de Devorarnos: Pecados Cotidianos 
3- La Ansiedad - La otra cara de la moneda


Ella descansa. Vive su ocio de gata y en él se regodea. Nos ve pasar (casi siempre apurados) corriendo tras nuestras ocupaciones. No comprende. Sus ojitos amarillos se abren, se tornan enormes esferas doradas, que intentan, con un gesto, atraparnos. Quiere que aprendamos y compartamos su destino. Pero, a su pesar, eso, rara vez sucede. Piensa: -pobres humanos aún no comprenden la importancia de este sol-. Resignada, ella, descansa. 





Stella Maris Riera Argentina (1958) 
Psicoanalista - Contadora y Oidora de Historias 

miércoles, 13 de enero de 2016

Milagro en Suite (hiper-micro)



Un golpe en la tecla, una nota. Varias notas, una frase. Varias frases, una melodía. Cada melodía, un milagro!

Stella Maris Riera Argentina  (1958)
Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias



martes, 12 de enero de 2016

La fuerza del llamado


Y el llamado se hizo intenso, tanto, que sonó a lamento. Su diminuto cuerpo emplumado fue puro instinto. Sobrevoló bajo, buscó el alimento adecuado (algo que sirviera para aplacar el hambre de su cría) Los barrenderos de la zona, parecía habían realizado bien su trabajo y, ese amanecer, en esa playa, no quedaban restos de reuniones,  despilfarro, o algarabía alguna. En su vuelo, la acompañó el silencio, y en sus oídos sólo sonó la voz de sus pequeños, clamando por su ración diaria. Entonces no lo dudó. Tomó impulso, se elevó aún un poco más y luego, cayó en una imponente picada, que la abalanzó sobre su víctima, -un diminuto insecto que como tantos otros había comenzado a pasear su día-. Lo tomó en su pico (mientras se alejaba todavía sentía el vibrar de su aleteo cerca de sus ojos, seguramente pretendiendo ser visto, clamando ayuda, compasión). Pero la decisión había sido tomada. Sus hijos esperaban y ella acudiría a contenerlos a como diera lugar. No se sentía satisfecha (no era de las que se deleitaba con la victoria a cualquier precio). Pero como te dije, no pudo pensar, es que en sus oídos, sólo resonaba el piar de sus pequeños: ese llamado intenso, que a ella, le sonó a lamento.


Stella Maris Riera - Argentina (1958)
Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias

viernes, 8 de enero de 2016

Los Tres Reyes Magos

Hace mucho tiempo…   

Era de noche, ya todos dormían, me pregunté si no se daban cuenta que ésa no era una noche más;  yo estaba seguro de ello, pero apenas era un niño y, por entonces, los niños ni pensábamos en discutir... así que muy a mi pesar, apoyé la cabeza en la almohada, tomé las sábanas con mis manos y tapé por completo mi cara, cerré los ojos lo más fuerte que pude e intenté dormir. Pero, mi ansiedad pudo más que mi cansancio, y eso que había corrido en la plaza y andado en bicicleta, había jugado a la rayuela y pasado largo rato buscando hormigas negras y tréboles de cuatro hojas. Lo cierto es que a pesar de todo eso, detrás de mis párpados cerrados, mis ojos, seguían viendo. La incertidumbre era mi aliada y en mi mente se dibujaban, innumerables figuras, y por sobre todo, ellos: los reyes magos. Me habían contado que si ese año había sido un buen niño y dormía temprano, por la mañana encontraría mi regalo. -Y si no, carboncito-: no se cansaban de decir las señoras del barrio. Ya tenía todo preparado. así que nada podía fallar: al lado de mis zapatos coloqué pasto y agua fresca. Sólo restaba dormir. Traté y traté, juro que traté, pero el sueño no llegó; hasta que una luz hizo que abriera mis ojos (apenas, claro, nadie debía notarlo…) entonces, no resistí más, y en puntas de pié me acerqué hasta la puerta del cuarto, me asomé silencioso. Y los vi: en medio de la noche oscura, por sobre la medianera que separaba mi casa, del pasillo común, justo ahí, entre el titilar de las estrellas y el reflejo de la luna llena (mi corazón latió) iban en fila, con sus bolsas llenas y sus grandes camellos. Quise ser cuidadoso, pero el temor a ser descubierto me hizo correr nuevamente a mi cama, esta vez sin importarme el ruido que mis pasos hicieron sobre la madera vieja del piso; pegué un salto y me tapé.
Quisiera ser más preciso, pero, mis imágenes se ponen borrosas (pasaron tantos años…) 
Ya no podría asegurarlo, creo haber estado despierto, pero quién sabe, tal vez, estuve dormido... tal vez lo que viví fue real, o tal vez, simplemente lo soñé. De cualquier modo, al levantarme, al lado de mis zapatos, una caja enorme me esperaba. Y yo lo sabía: ellos, habían estado ahí.  

Stella Maris Riera – Argentina (1958) 
Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias