jueves, 11 de junio de 2015

Te lloro.

(Ay hermano mío, había olvidado cuánto te amo...)
Por eso te lloro.
Te lloro porque aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme, al menos, no como lo hubiera deseado, porque dentro de mí, habita el dolor del desencuentro. Sin embargo, a pesar de esta ausencia tan presente, te amo. Te amo con el amor aquel, el de las vacaciones en la playa: nos reímos de todo, y los chicos corren y se sacuden la arena al grito de helado.
Te lloro, y sé que aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme; al menos, no como lo hubiera querido, no como lo había soñado. Te amo con el amor de la niñez y tus pruebas de judo -“porque debo practicar”- y yo vuelo por el aire, y me quedo sin aliento, y me caigo y me levanto, en un grito, mezcla de pánico y gozo, feliz y estrepitosa.
Te lloro, porque aunque te amo y me acerque, jamás lo haré lo suficiente, al menos, no como lo había imaginado. Te amo con el amor de la adolescencia, tirados en la cama, y el cine de los sábados, llena de indios y soldados nuestras tardes; reímos como locos, cómplices y amigos, con esa amistad insensata y eterna que creen tener los hermanos; y la vieja grita, y todo se desordena, la vida se desordena, y nos mareamos, mientras el tiempo pasa, irracional y apasionado, sin lógica ni coherencia. Se mezclan las viejas defensas heroicas, con los anhelos desenfrenados, las pretensiones inhumanas, con las muertes absurdas. Todo nos marea. Pero te amo y te lloro. Te lloro por hoy, por ayer y por mañana; porque aunque me acerque, ya no conseguiré acercarme, al menos no como lo hubiera deseado. Te lloro, aunque te amo, porque dentro de mí, habita el dolor del desencuentro.
Stella Maris Riera - Argentina (1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias 

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