domingo, 1 de noviembre de 2015

Pecados Cotidianos: 1- La Omnipotencia

                                                                                  Pecados Cotidianos 
Esta serie de cuentos surge con la pretensión de recrear personajes, espejos que reflejen nuestras singularidades. 
Ficción y Realidad se conjugan para mostrarnos quienes somos, y cómo -no sin esfuerzo- podríamos llegar a ser. 
De la Serie Las Diferentes formas de devorarnos - Pecados Cotidianos
1- La Omnipotencia - Destino ¿Irreversible?

Pegado a mi casa, en un campo vecino, crece una planta. Solitaria y majestuosa, su flor, entre roja y fucsia, se abre, enorme, de cara a la mañana. Orgullosa, muestra los que parecen pequeños dientes. Por las noches, se recoge sobre sí y se cierra hasta el alba siguiente. Las voces populares convinieron en llamarla “carnívora”, porque cuando algún insecto merodea su territorio, ella, en un abrir y cerrar de cáliz, se lo devora.

Uno de esos días, en que cansado del trabajo, decidí tomarme mis quince minutos de ocio, me senté en la reposera (ésa, la que siempre dejo junto a la ventana). Cerré mis ojos, dejé que el sol calentara mi piel y me relajé, cuando de pronto, un sonido extraño, interrumpió mi descanso. Grande fue mi turbación al ver a Penacho, mi perro ovejero, acercarse a la planta y aspirar su aroma. Lo llamé con voz firme y vigorosa, pero él, soberbio e irreverente, desobedeció. Se sentía fuerte, seguro de sí, casi te diría omnipotente. Ella movía sus pétalos, suavemente, como una mariposa dispuesta a marcharse vaya a saber dónde. Penacho, insistía en su juego: corría hasta ella, se alejaba, se agachaba, movía su cola, se acercaba nuevamente,  hasta que en un instante, abrió su boca y se la comió. Yo me quedé helado. La planta había quedado trunca, su tallo mocho, sus hojas caídas. Su belleza, humillada.  Penacho, aparentemente satisfecho, se echó. Habían pasado unos cuantos minutos y mi tiempo de relax se terminaba, así que decidí no darle importancia, volver a mi despacho y continuar con las tareas habituales. Me disponía a ello, cuando percibí un movimiento. Inmediatamente me di vuelta y vi como Penacho, sobresaltado, se retorcía por el piso, girando sobre sí (lomo panza - panza lomo) en un aullido casi ahogado, mezcla de escozor y sufrimiento. Atónito, corrí a su lado. Quise ayudarlo, no sabía cómo. Mi perro persistía en ese movimiento raro, casi te diría, irracional. Sus patas traseras, se estiraron, su cuerpo, se contrajo, su cola, se bajó. Todo él fue pura costilla. Su boca se abrió y dejó salir una especie de aullido. Ya sin aire, exhausto, apoyó su cabeza y se rindió. Me desesperé. Corrí hacia él. Lo levanté en mis brazos, volví a apoyarlo, intenté darle aire, traerlo nuevamente. Presioné con fuerza su pecho, o mejor dicho, lo que quedaba de ése, que había sido un cuerpo fuerte y robusto, pero no hubo cambios, el único que se produjo, ocurrió en mí. Sentí que mis manos me dolían, cómo mis brazos ya no lograban sostener el ritmo. Con él vencido, yo también me rendí. Estaba conmocionado, me sentía culpable por no haber logrado hacer nada por él. Intenté sobreponerme y pensar. Intenté comprender qué era lo que había sucedido. Intenté que una idea lógica pusiera explicación y alivio a mi dolor.  Pero eso no ocurrió. La sangre de mi perro salía de su boca, y ahora, derramada, ascendía en una suerte de nube rojiza. Lo cubría y me cubría. Cobraba forma y planeaba probablemente en busca de destino. Seguramente te resultará increíble lo que voy a contarte. Si yo no hubiera estado ahí, también me lo habría parecido. Penacho, a mi lado, permanecía inerte. Me agaché y pasé mi mano por su lomo, ahora flaco, enjuto. Mis lágrimas mojaron su pelo y ante mi propio dolor, me avergoncé. Me levanté. Giré para ir en busca de una pala (debía enterrar a mi perro) y al hacerlo, nuevamente, vi la nube roja que creía ya desaparecida. Sólo que ahora había detenido su vuelo y se encontraba posada sobre el tallo de la planta del campo vecino; el mismo tallo, que minutos antes, había quedado mocho por la mordida de Penacho. En una metamorfosis irreal y absurda, comenzaron a aparecer pétalos, pistilos y pequeños dientes. La nueva antigua flor se aferró firmemente del tallo, abrió su cáliz,  y de cara a la mañana, solitaria y majestuosa, permaneció a la espera de algún insecto, como siempre, para devorarlo.   

Stella Maris Riera, Argentina (1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias 





1 comentario:

  1. Y si Penacho no hubiera sido tan soberbio, si hubiera imaginado que alguna vez podía errar, si hubiera respetado un poco más el espacio del otro... En fin, diferentes elecciones que hubieran modificado el final. Tal vez su destino sí, hubiera podido ser otro. El destino no existe, se construye. Sólo hay que saber elegir. !!!

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