La cocina ardía en un infierno, caliente. Corrían los primeros años de mi infancia y el estrecho tacho de aluminio reemplazaba al cuarto de baño que aún no lográbamos tener.
El vapor lo cubría todo; los vidrios se empañaban. Yo dibujaba nubes que pronto transpirarían sus lluvias. Yo me deleitaba.
La Tía colgaba mi ropa interior cerca del fuego y en esas mañanas frías, el olor de la sopa se mezclaba con su perfume a madre. El pan negro ya se cocinaba en el horno y yo comenzaba desde temprano con mis sueños de leche chocolatada. Ese pan, solidario, se dejaría rozar por la manteca, que enamorada de su aroma, se derretiría entregada en su regazo.
El baño duraba poco. El agua se enfriaba rápido.
Sin embargo, el calor de La Tia Angelita, ese que me transmitía en cada caricia jabonosa, me calentaba el cuerpo y el alma, tanto, que se quedaría en mí, para toda la vida.
Stella Maris Riera - Argentina (1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias
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