La cabeza
inclinada hacia un lado, pesada, cae en una resignada siesta no deseada.
Estás
rodeado de gente, y a la vez, profundamente solo, casi vencido, enfrentado a
una lucha escarpada, tristemente despareja. (Y pensar que ganabas todas las
batallas…)
Tu hijo, hoy transformado en padre, te da su mano; la acarician tus dedos, pálidos y temblorosos de
padre-hijo. Él sostiene tu mirada suplicante, y vos, mentís encontrar en ella
las respuestas perfectas, las que satisfacen tu súplica. Tu cuerpo convulso,
implora letanía: hoy no querés la cresta de la ola, hoy, mejor la meseta, el valle
florido, el campo sereno.
En este cuarto aséptico, impoluto, infructuosamente confortable,
el amor, en su máxima expresión, flota en el aire, los cubre, los envuelve. Tu
hijo-padre hace todo, te entrega todo, se entrega a sí mismo y más. Respira por vos, y caprichoso, ignora al destino. Es una pelea desigual, pero él, vehemente, no decae, y tantas veces como puede, sacude tu corazón, y en sus brazos, nuevamente, te trae a la vida.
Stella Maris Riera, Argentina (1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias
Hola Stella me gusto.Pero dejo tocando fondo a mi crisis de edad...
ResponderEliminarMe voy a escribir un tango y vuelvo!!!
Besos!!!
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Gracias Jorge. Cuando la letra del tango esté escrita avisá que la publicamos, je!
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