Hace mucho tiempo…
Era de noche, ya todos dormían, me
pregunté si no se daban cuenta que ésa no era una noche más; yo estaba seguro de ello, pero apenas era un niño
y, por entonces, los niños ni pensábamos en discutir... así que muy a mi pesar, apoyé
la cabeza en la almohada, tomé las sábanas con mis manos y tapé por completo mi cara, cerré los ojos lo más fuerte que pude e intenté
dormir. Pero, mi ansiedad pudo más que mi cansancio, y eso que había corrido en
la plaza y andado en bicicleta, había jugado a la rayuela y pasado largo rato buscando hormigas negras y tréboles de cuatro hojas. Lo
cierto es que a pesar de todo eso, detrás de mis párpados cerrados, mis ojos, seguían
viendo. La incertidumbre era mi aliada y en mi mente se dibujaban, innumerables
figuras, y por sobre todo, ellos: los reyes magos. Me habían contado que si ese
año había sido un buen niño y dormía temprano, por la mañana encontraría mi
regalo. -Y si no, carboncito-: no se cansaban de decir las señoras del
barrio. Ya tenía todo preparado. así que nada podía fallar: al lado de mis
zapatos coloqué pasto y agua fresca. Sólo restaba dormir. Traté y
traté, juro que traté, pero el sueño no llegó; hasta que una luz hizo que
abriera mis ojos (apenas, claro, nadie debía notarlo…) entonces, no resistí
más, y en puntas de pié me acerqué hasta la puerta del cuarto, me asomé
silencioso. Y los vi: en medio de la noche oscura, por sobre la
medianera que separaba mi casa, del pasillo común, justo ahí, entre el titilar
de las estrellas y el reflejo de la luna llena (mi corazón latió) iban en fila,
con sus bolsas llenas y sus grandes camellos. Quise ser cuidadoso, pero el
temor a ser descubierto me hizo correr nuevamente a mi cama, esta vez sin
importarme el ruido que mis pasos hicieron sobre la madera vieja del piso; pegué un salto y me tapé.
Quisiera ser más preciso, pero, mis
imágenes se ponen borrosas (pasaron tantos años…)
Ya no podría asegurarlo, creo haber estado despierto, pero quién sabe, tal vez, estuve dormido... tal vez lo que viví fue real, o tal
vez, simplemente lo soñé. De cualquier modo, al levantarme, al lado de mis
zapatos, una caja enorme me esperaba. Y yo lo sabía: ellos, habían estado ahí.
Stella Maris Riera – Argentina (1958)
Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias
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