ANECDOTARIO
Clínica con Niños – La Torre de
Hanoi
Este niño que a partir de ahora
llamaré Juan, se dispone a “jugar” con
la torre.
Escuchó la consigna, dijo haberla
entendido, y va a comenzar. Está concentrado.
Los primeros tres discos los
mueve “sabiendo” cuáles son los movimientos que debe realizar. Luego del cuarto
disco, los movimientos comienzan a ser más, y menos efectivos. Continúa muy
concentrado. Su atención está puesta sólo en su su próxima jugada. El silencio
invade el consultorio. Comienza a ponerse inquieto (lo noto porque hace un
movimiento repetitivo con su pierna, y se acomoda una vez y otra en el sillón,
cada tanto, resopla “mostrándome” que está cansado). Sin embargo, persevera.
En ningún momento intenta
abandonar el juego ni volver a empezar. Insiste. Los minutos pasan y los
movimientos se vuelven confusos, ya no tienen la lógica con la que había
comenzado en sus primeros tres. Intervengo preguntándole qué siente. Responde
que nada. Está contrariado. (Yo estoy observándolo. Esto impide que haga
trampa, que pueda, a su antojo, cambiar alguna regla –pero esto es solo una
presunción-)
Ya pasó media hora desde que
comenzó la sesión y la posibilidad de resolver la torre antes que termine su
hora, se va alejando. Su inquietud se hace manifiesta.
Le comento que ya está por llegar
su papá y que si le parece bien podemos dejar “el juego” en suspenso para
terminarlo la semana próxima. (Cabe aclarar que en otras oportunidades y con
otros juegos la ansiedad de este niño no habría permitido dejar algo inconcluso
para terminarlo en otro momento) Pero esta vez, accede.
La torre queda apoyada a un
costado suyo con seis discos ubicados de forma correcta. Entonces, se apoya
sobre su espalda y sin mediar palabra, llora. Le pregunto por qué llora, si
quiere hablar de lo que le pasa, pero no contesta. Suena el timbre (su papá está
en la puerta, viene a buscarlo). Se levanta para irse y antes que lo haga,
intervengo:
-Hoy fue un día importante,
estuviste mucho tiempo intentando resolver la torre y aunque no llegaste al
resultado que esperabas, insististe… y si… te enojaste un poquito, pero supiste
controlar ese enojo. Eso es positivo. También te angustiaste. Se que te apena
no haber logrado lo que esperabas… pero tenés que saber que en el juego como en
la vida, no siempre se gana, que lo importante es lo que hacemos para alcanzar
lo que queremos y que cuando algo no resulta como esperamos se puede pensar en
otras formas de solución. Está bueno ser perseverante, pero a veces hay que
reconocer que estamos equivocándonos, y tal vez, pensar en la posibilidad de cambiar
el modo de actuar. A lo mejor haya que revisar lo que hicimos, y volver a
comenzar, en lugar de insistir e insistir en lo que no nos permite avanzar. Si
siempre hacemos lo mismo, siempre obtenemos el mismo resultado. De los errores
también se aprende. Como en la vida ¿viste? –
Cuando Juan vuelve a la sesión
siguiente la torre sigue en el mismo lugar que él la dejó Entra rápido (antes
que yo llegue ya está de nuevo, intentando “resolver su problema”) Esta vez lo
hace con movimientos seguros y más rápidos. No hay angustia ni enojo. Si hay
dedicación y empeño. Llega hasta el disco 8. Termina su tiempo. Se va contento.
(¿será que ha avanzado esta vez, un poquito más?) A la siguiente sesión la torre
continúa en su lugar. Sólo faltan dos discos para alcanzar la meta propuesta. Pero
esta vez Juan me pregunta si puede mostrarme un juego, que quiere hacer otra
cosa. Le contesto que como él lo desee.
Juan saca su computadora de la
mochila y pone un juego en el que “debe sortear obstáculos” y de este
modo avanzar pasando pantallas. Lo hace una vez, pierde una vida. Vuelve
a comenzar. Lo hace nuevamente. Pierde otra vez. Vuelve a comenzar y cuando lo
hace comenta: esta vez voy a hacerlo de otra forma. Y avanza. Se lo hago notar
– en el juego como en la vida no siempre se debe insistir en la misma forma de
proceder, darse cuenta a tiempo del error, y cambiar te dejó llegar más lejos –
Sonríe y comenta – la próxima vez termino la torre –
Stella Maris Riera - Psicologa - UBA