Imaginate esta situación…
Un día como hoy, hace unos cuantos años… yo tenía como 6…
La lluvia forma una cortina a la que veo desde la cocina.
Estoy en el fondo de una casa larga, de esas que llaman chorizo. Para mí, la
casa más grande y linda que conocí. En ella puedo soñar libremente y lo que sueño,
es posible.
No es el País del Nunca Jamás, ni el de Alicia, pero ahí
pasan cosas raras, como en los cuentos: los viejos son jóvenes, los gritos no
existen, y mi mascota es un gallo que de tan enorme y bravo lo saco a pasear atado
con un piolín al cuello, rescatándolo de su improvisado gallinero, al menos,
por un rato, todas las tardes.
Como siempre, me dispongo a jugar. Nadie se niega. Y todo se
transforma.
Lo inútil se vuelve útil: el hierro porta macetas (sin
maceta) se transforma en la ventana por la que me asomo, los cajones de fruta
que me presta el verdulero, son un cómodo sillón. Mi mesa y mi pequeño banquito
de madera improvisan un living. Estoy lista para recibir visita. Y yo, por
supuesto, yo soy grande y además, una mamá obvio… (qué otra cosa podía haber
elegido ser en aquella época) Tengo que ser como tal, así que cocino postres
ficticios, se los sirvo a mis ficticios hijos, y elaboro bebidas también ficticias,
que coloco en sus respectivos vasos. En la casa hay inquilinos y, mientras
sentados en sus máquinas de coser y aparar, trabajan, simulan tomar esos
brebajes mágicos con los que los invito, mientras me hacen creer que los
engaño. Yo me asombro y me río.
En la casa chorizo, con la tía mediante, la vida es un juego
y aún los adultos viven jugando.
La tía canta. Canta y cocina. Su pan negro perfuma el aire
con su aroma. Entonces llega la hora: ya son las cinco: la leche y el tazón
enorme se acercan. Piluso comparte conmigo la merienda. Inclino la taza, la
chocolatada endulza mi boca. En tanto el pan que zambullo en la leche, y la manteca, en forma de globo, se escapa. Se
va nadando, se aleja de mí, choca contra la losa y explota. El sonido de su
golpe me sobresalta. Despierto. Estoy sentada en mi sillón. Acabo de descubrir que mi penúltimo paciente
faltó a la cita. La lluvia forma una cortina que no veo... Y yo tengo… no pienso decirte cuántos años.
Estoy de vuelta. Es que entre tanto mosaico, dibujo y trabajo... Por suerte llegó la lluvia... y a mí la lluvia... a mí lluvia... me inspira ja! Nos estaremos leyendo.
ResponderEliminar