lunes, 28 de diciembre de 2015

Sublimar es Sanar: Siempre se trata de morir.

Sublimar es Sanar: Siempre se trata de morir.: Anubis Agonizar, fallecer, perecer, expirar, fenecer, espichar, crepar, palmar, acabar.   Pasar a mejor vida. Estirar la pata. Sa...



Serie Pulsión de Muerte. Esperando sea la última del año. ...

domingo, 27 de diciembre de 2015

Siempre se trata de morir.

Anubis


Agonizar, fallecer, perecer, expirar, fenecer, espichar, crepar, palmar, acabar.  
Pasar a mejor vida. Estirar la pata. Salir de gira. Partir. 
Caer, terminar, extinguir. sucumbir, finalizar. O simplemente, morir.

Stella Maris Riera, Argentina (1958) Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias


sábado, 19 de diciembre de 2015

La vida, ese pequeño espacio entre dos largas muertes




El amor salva nuestra vida y una buena vida justifica nuestra muerte.
Por eso, vivamos hoy, hagamos de cuenta que este es nuestro último día.
Caminemos despacio, bebámonos el sol.
Riámonos con la boca bien abierta. Abracémonos fuerte y seguido.
Hagamos de la charla intrascendente nuestro mejor momento.
Y mientras tanto, seamos generosos, responsables y éticos. Querámonos más.

Pero por sobre todo, respetemos al otro, porque si lo hacemos, nos estaremos respetando a nosotros mismos, y cuando menos nos hayamos dado cuenta, seremos inmensamente felices. 

Stella Maris Riera Argentina (1958) Psicoanalista, Oidora y Contadora de Historias

jueves, 17 de diciembre de 2015

viernes, 11 de diciembre de 2015

Ser con la Eternidad




Quiere elevarse. Quiere que su hijo venga rápido a su encuentro. Quiere que tome su mano y le señale el camino. Mas de un modo paradójico se aferra fuerte a los caños de su cama… ¡quiere quedarse? Finalmente deja que su aliento desvanezca, cierra sus ojos y duerme. Quiere que ya no la invadan, quiere descansar. Quiere dejar de sufrir. Quiere, de una vez y para siempre, sonreír, sentarse a su lado (seguro habrá alguna sillita de paja y alguien habrá puesto el agua para el mate). No soporta su ausencia. Quiere verlo. Quiere volver a festejar sus chistes. Quiere confiar y segura seguirlo donde él la lleve. Quiere encontrarse nuevamente con la risa franca de su hermana, con los brazos aún ardientes de su esposo,  con los siempre niños, sus nietos. Quiere elevarse y al hacerlo, ser ella misma la eternidad. 

Tristemente dedicado a mi viejita... 
Stella 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Sublimar es Sanar: MIS NOTAS (Al menos, así lo veo yo)

Sublimar es Sanar: MIS NOTAS (Al menos, así lo veo yo):



MIS NOTAS Así lo veo yo...

Porque a mi parecer la realidad no existe, apenas si se construye, por eso, yo soy mi realidad. En alguna parte de mi ser, la literatura y el psicoanálisis se combinan, y hacen para mí, un mundo que resulta casi mágico.

Mis historias, algunas irreales, otras no tanto, me dejan creer que todo lo que sueño puede ser real, y que lo real puede ser mi sueño.

Es mi deseo compartirlo con ustedes y que disfruten al leerlas, del mismo modo que yo disfruté al escribirlas.

Stella (LaLic)

Vida Cotidiana "El Mundo Al Revés"



La última vez que anduve por Palermo llovía a cántaros, yo que detesto llevar paraguas (perdón por el vocabulario pero para estas cosas me gusta ser académica) me cagué mojando... eso si, a mi lado caminaba una señora muy elegante con su pequeño perrito cinco estrellas con piloto, gorrito y como si fuera poco, botitas de lluvia. 
Wuauuuuuuuuuuuuuu (dije yo, y no el perro) pero que chiccccccccccccc !!! 
Me parece a mí o el mundo se volvio loco???!!!




martes, 8 de diciembre de 2015

Me preguntaba si habrá sido un ángel...

La Tía Angelita
(el ángel de la guarda existe)



Por aquellos tiempos me preguntaba si era un ángel.
Era un ser luminoso, con forma de mujer, sus palabras eran dulces, su mirada, diáfana, su abrazo… su abrazo era indescriptible.
Parece que su trabajo en este mundo, y a mi lado, fue exitoso, porque terminó muy rápido.
Y como así son los ángeles, como vino, se fue.
Vaya a saber uno, a quién hoy cobija, qué oídos la escuchan, que ojos la ven…
Vaya a saber a quién mece, quién ríe con ella, a quién le canta.
Vaya a saber quién la está amando como yo lo hice, como yo la amo, y la amaré.

Por estos tiempos, dejé de preguntarme si habrá sido un ángel. 


Si me estás escuchando, por favor, volá a mi lado (hoy más que nunca, te estoy necesitando).



Stella Maris Riera Argentina (1958) Psicoanalista 
Oidora y Contadora de Historias 



sábado, 5 de diciembre de 2015

Sublimar es Sanar ... ¿por qué?




Sublimar es Sanar, dije, y me preguntaron -¿por qué?- Entonces me decidí a contar esta vieja historia:

Aún estaba en el jardín de infantes cuando me sentaba con mi cuaderno "gloria" e intentaba dibujar las letras, que tiempo después, se irían uniendo para formar palabras y frases. Todavía no leía, pero alguien me había regalado un libro: “Mi Primer Diccionario”. Era grande, de tapas azules y duras y tenía dibujos ordenados alfabéticamente por sus nombres. Yo, mentía que sabía leer; quería leer; soñaba con ello. Quería saber qué decían esos personajes que se reunían en el club del barrio en mi historieta favorita: “La Pequeña Lulú”.  Me sentaba en el patio, oía (como decía mi tío) chispear a los jilgueros, y me bebía el sol de cada tarde. Ese era mi mundo: un poco solitario, bastante simple.
Tenía un abuelo que me habían prestado porque la vida no me dio tiempo para conocer los propios, y cuando finalmente aprendí a escribir, lo elegí para que fuera él a quien torturaría con mis pseudo-poesías, las que le recitaba subida a mi banquito de madera (mi propio escenario). Aún me recuerdo haciendo equilibrio en ese diminuto espacio, tratando de captar la atención ajena.
En ese entonces, creía no saberlo, pero parece que dentro de mí, siempre lo supe: Sublimar es Sanar. Esa debe haber sido la frase que marcó mi vida.
Y acá estoy, todavía un poco niña, cobijándome, escondiéndome y a la vez mostrándome, detrás de cada nueva frase.

Ya no tengo el cuaderno gloria. Tampoco el fresco zaguán de mármol donde me sentaba a escribir (el pobre quedó perdido entre los escombros el día que decidieron construir el moderno edificio que hoy reemplaza a la vieja casa). Pero ningún arquitecto pudo con lo que ya dentro de mí se había construido. La tía Angelita, mi tía-madre, me hizo quien soy; fue ella quien apiló cuidadosamente cada ladrillo, los sostuvo, los cuidó amorosamente a prudente distancia; y aunque hace tiempo se fue volando al cielo, habita en mí. La siento conmigo, me guía en cada paso, me reafirma cuando dudo en alguna decisión, me alienta en la desdicha, y festeja conmigo cada alegría. Ella me enseñó que a los dolores no hay que oponérseles, (no fue en la facultad, ni en ninguna academia) Ella me enseñó que los dolores se transitan (no lo dijo nunca y menos de este modo, pero no necesitó decirlo) Su ejemplo marcó mi vida, y estoy inmensamente agradecida por ello. Así que acá me tienen, desnudando mi alma frente a la hoja en blanco, porque como aprendí: Sublimar es Sanar. 


Stella Maris Riera, Argentina (1958) Psicoanalista, Oidora y Contadora de Historias 

viernes, 4 de diciembre de 2015

La Carta Nunca Enviada




Querido mío:
Cuando te vi estabas de espaldas a mí. No sabría explicarlo pero inmediatamente tuve una sensación desconocida que recorrió mi cuerpo; luego, pensé que me había enamorado, que el amor a primera vista de verdad existía.
Recuerdo cuando apresurados pautamos la primera cita; lentamente, nos fuimos conociendo. Sin embargo, el resabio de nuestro infantil pensamiento mágico, nos convenció que nos conocíamos de toda la vida. Éramos el uno para el otro.
Debo confesarte que te veía un tipo raro, sencillamente inalcanzable. Eso me atraía, me empujaba hacia vos como si yo fuera el agua que irremediablemente tenía como único destino apagar tu fuego.
Casi siempre serio, sólo de tanto en tanto dejabas ver esa sonrisa y con ella tus dientes intensamente blancos. Yo imaginaba que me reflejaba en ellos. Eso solo alcanzaba para iluminarlo todo, era como si los faroles se hubieran encendido esperando celebrar una una fiesta.
Hablabas en un monólogo lento, yo simplemente escuchaba.
Tus manos, con movimientos pretendidamente espontáneos y obsesivamente automáticos, acompañaban tus palabras. De tanto en tanto, acomodabas tu pelo, prolijo y largo.
Y aunque te escondías, lentamente descubrí que muy a tu pesar, tu discurso sabio e impertinente, no lograba enmascarar tu sentir de poeta. Fue cuando supe que reías ante lo sutil, y que disfrutabas casi de un modo gozoso de tu soledad; supe que tus días transcurrían entre Woody Allen y los Stones; que Dylan Tomas te elevaba, los Beatles te inspiraban, y Asimov te transportaba  a un mundo donde todo lo imaginado se convertía en posible.
Sólo el llamado de tu madre a las cinco de la mañana, mucho antes que saliera el sol para irte a trabajar, te hacía caer de bruces en la realidad.

Ese era un tiempo en el que nos creíamos iguales.

De mí… qué podría contarte… Con menos de veinte años, yo vivía en otro mundo. Un mundo de fantasía en el que para ser feliz alcanzaba con pensarlo varias veces, las utopías se hacían posibles y la política era cosa de señores entendidos con barba y bigote. No la comprendía. No me interesaba.
Aprendí desde chica que los fundamentalismos lastiman y aunque por entonces ni siquiera conocía ese término, deambulé sin problema alguno entre la biblia y el calefón disfrutando de las zonas intermedias, los muy despreciados y famosos casi invisibles grises. Me sentaba por horas a leer a García Márquez y dejaba que sus Cien años de Soledad me invadieran, me llevaran a caminar por las calles de Macondo y llenaran mis agobiantes tardes de verano; o me quedaba mirando televisión, riendo como loca con las absurdas parodias de Olmedo.
Siempre amé los boleros, por románticos y muy especialmente por su practicidad. En ellos encontraba los recursos para solucionar lo que representaba mi sufrimiento, mi dificultad: yo era irremediablemente tímida. Así que cuando sonaba la música y Manzanero me cantaba al oído apoyaba mi cabeza en tu hombro y me dejaba llevar. Nadie notaba que no sabía bailar, que apenas me mecía, que mis pies permanecían quietos y que sólo yo, percibía ese movimiento que el ensueño provocaba. Yo aprovechaba para sentirte muy cerca, y mi perfil histérico e introvertido se regodeaba complacido.
Pretendí rebelarme ante los mandatos familiares, te acordás… pasé largos años de mi vida buscando infructuosamente la mirada de reconocimiento que nunca llegó. Y aunque intenté reprimir los fantasmas que marcan nuestras vidas, debo reconocer que aún resuenan y perduran en mi memoria. Ellos no lo saben, nunca lo sabrán, no lo digas: yo los ignoro.
Cada tanto, y cada vez más seguido, la niña que fui se sienta a mi lado. Me muestra de dónde vengo, y quién soy. Y aunque a veces me pongo triste, muchas otras, me alegro de ello.
Probablemente ya estés recordando aquella época en que vos yo, nos sentíamos iguales… el tiempo, el advenimiento del amor, nos dejó descubrirnos distintos.
En aquellos momentos la ilusión del enamoramiento creció y creció, hasta que como debía ser, un día se desvaneció, para dejarnos ver nuestras diferencias, y con ellas, el amor verdadero pasó a formar parte de nuestra historia. Aceptarnos con aciertos y errores ayudó a construirnos, un poco por amor a nosotros mismos, otro poco por amor al otro.
Pasamos muchos años juntos y tus stones terminaron mezclados riendo con mis olmedos. Quién lo hubiera dicho… Como muchos años después comentó una tía vieja, nadie apostaba dos pesos por nosotros.

Los engañamos; los defraudamos; nos amamos profundamente; formamos la familia que soñaron mis sueños de niña, percibida abandonada. Tuvimos tres hijas maravillosas, muchas responsabilidades y un hijo que se nos fue entre las manos entre diagnósticos errados y lágrimas certeras.
Vos, por sostenernos, fuiste dejando atrás tu poesía para ser un trabajador. Sin embargo, en la cotidianeidad de tu palabra, siguió abrevando calidamente la prosa, esperando a ser rescatada de la mudez con que la premura del esfuerzo diario la había sometido.
Yo elegí dejarlo todo, para seguirte donde fuera; me quedé en la casa, reí y sufrí junto a ustedes, los vi crecer, y yo misma crecí. Superadas las urgencias, llegó el día en que mi propio deseo volvió a abrirse paso; entonces casi sin darme cuenta, fui alcanzando lo que soñaba, mientras seguí soñando con lo que aún estaba por alcanzar.

En fin, después de tanto tiempo, obviamente ya no somos los mismos. No podría decir si te amo más, mejor o diferente. Sólo se que te sigo amando. Y que a pesar de los años, no siempre, pero sí cada tanto, con el pretexto de comentar un libro, una película, o simplemente volvernos a sentir, nos reencontramos en alguna charla, larga y serena. Ésas, las charlas sin ninguna importancia, esas que siguen siendo las que más nos gustan. Es entonces, que por un rato, volvemos a ser aquellos de los que enamoramos, tan iguales, y que muy dentro de nosotros, aún somos.

Hoy, que estoy muriendo, quise recordarlo. No podría marcharme sin habértelo dicho.

Eternamente tuya, tu mujer.


(*) Cabe aclarar que en esta historia real, el desenlace es ficticio. 


Stella Maris Riera, Argentina (1958) - Psicoanalista - Oidora y Contadora de Historias