Sublimar es Sanar, dije, y me preguntaron -¿por qué?- Entonces
me decidí a contar esta vieja historia:
Aún estaba en el jardín de infantes cuando me sentaba con mi
cuaderno "gloria" e intentaba dibujar las letras, que tiempo después,
se irían uniendo para formar palabras y frases. Todavía no leía, pero alguien
me había regalado un libro: “Mi Primer Diccionario”. Era grande, de tapas
azules y duras y tenía dibujos ordenados alfabéticamente por sus nombres. Yo,
mentía que sabía leer; quería leer; soñaba con ello. Quería saber qué decían
esos personajes que se reunían en el club del barrio en mi historieta favorita:
“La Pequeña Lulú”. Me sentaba en el
patio, oía (como decía mi tío) chispear a los jilgueros, y me bebía el sol de
cada tarde. Ese era mi mundo: un poco solitario, bastante simple.
Tenía un abuelo que me habían prestado porque la vida no me
dio tiempo para conocer los propios, y cuando finalmente aprendí a escribir, lo
elegí para que fuera él a quien torturaría con mis pseudo-poesías, las que le
recitaba subida a mi banquito de madera (mi propio escenario). Aún me recuerdo
haciendo equilibrio en ese diminuto espacio, tratando de captar la atención
ajena.
En ese entonces, creía no saberlo, pero parece que dentro de
mí, siempre lo supe: Sublimar es Sanar. Esa debe haber sido la frase que marcó
mi vida.
Y acá estoy, todavía un poco niña, cobijándome, escondiéndome
y a la vez mostrándome, detrás de cada nueva frase.
Ya no tengo el cuaderno gloria. Tampoco el fresco zaguán de mármol
donde me sentaba a escribir (el pobre quedó perdido entre los escombros el día
que decidieron construir el moderno edificio que hoy reemplaza a la vieja casa).
Pero ningún arquitecto pudo con lo que ya dentro de mí se había construido. La
tía Angelita, mi tía-madre, me hizo quien soy; fue ella quien apiló
cuidadosamente cada ladrillo, los sostuvo, los cuidó amorosamente a prudente
distancia; y aunque hace tiempo se fue volando al cielo, habita en mí. La
siento conmigo, me guía en cada paso, me reafirma cuando dudo en alguna decisión,
me alienta en la desdicha, y festeja conmigo cada alegría. Ella me enseñó que a
los dolores no hay que oponérseles, (no fue en la facultad, ni en ninguna
academia) Ella me enseñó que los dolores se transitan (no lo dijo nunca y menos
de este modo, pero no necesitó decirlo) Su ejemplo marcó mi vida, y estoy
inmensamente agradecida por ello. Así que acá me tienen, desnudando mi alma
frente a la hoja en blanco, porque como aprendí: Sublimar es Sanar.
Stella Maris Riera, Argentina (1958) Psicoanalista, Oidora y Contadora de Historias
Me ha encantado esta breve anecdotario de tu autoría, escrito desde la sinceridad, la tierna rememoración. Yo también lo creo, sublimar es sanar, Stella. Y en este blog, como si de tu banquito de madera se tratara, te leo y aplaudo, sublimo tus dotes de escritura y expresión, e intento cada día transformar mis impulsos en actos que valgan la pena compartir, aunque claro, como ser humano, sirva ligeramente de excusa, no puedo evitar errar de vez en cuando.
ResponderEliminar¡Abrazo, Compañera de Letras y Reflexiones!
Gracias por dejar tu opinión Edgar, y te cuento que al igual que vos, yo también, ,e permito errar
Eliminarde vez en cuando. Como dice una de mis hijas, ir hacia atrás, sólo para tomar impulso. Caer, levantarnos, y volver a intentar de eso se trata la vida. Un abrazo. Nos estamos leyendo. Gracias nuevamente.
Me gusta mucho como escribes:) muy bien blog!
ResponderEliminarMuchas Gracias Pachi. Gracias por dedicarme tu tiempo. Wigamos en contacto
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