Que el cuerpo habla ya no es ninguna novedad. Sin embargo,
sentada en mi consultorio, nunca falta quienes aún me sorprenden. El asma, tan bien definida en nuestro diccionario como la
“respiración anhelosa”[1] fue
una de las primeras manifestaciones somáticas que me llevaron a preguntarme
acerca de estos fenómenos que ocurren cuando la palabra no logra hacerse lugar.
Hace unos años, una paciente con cierta dificultad en su dicción, manifestaba cuánto le costaba pronunciar con claridad y continuidad, según sus propias palabras, cuando se ponía nerviosa o se sentía angustiada. La paciente, que a partir de este momento llamaré Celia, había llegado a terapia por cuestiones que nada tenían que ver con este motivo. Sin embargo por supuesto, terminamos hablándolo. Celia, además, sufría con la aparición de grandes alergias, las que le producían lastimaduras sangrantes de tanto “rascarse”. En esos momentos en que su piel se expresaba, su voz también lo hacía, arrastrando las palabras con gran dificultad. Celia se rascaba, por fuera (cuando su piel convertida en campo minado y ardiente la obligaba a hacerlo de modo compulsivo e irrefrenable) y también se rascaba por dentro, cuando sufría, al no poder dejar de pensar. Sus palabras, seguían arrastrándose, del mismo modo que ella lo hacía en su vida, sometiéndose, tratando de complacer a los otros en sus vínculos.
Celia necesitaba ser ella misma, y para ello sin saberlo buscaba de modo irremediable su diferenciación, que por el momento, sólo encontraba a costa de poner su cuerpo.
Celia llevaba adelante un sueño ajeno (el de su madre) un sueño ajeno que ella hacía realidad, mientras su deseo se postergaba y la sumergía en una cotidiana y triste letanía.
Sin embargo, Celia aprendió:
Supo que para diferenciarse no hacía falta tartamudear o arrastrar sílabas
Supo que podía hablar y luchar por lo que a ella le gustaba.
Supo que no necesitaba rascarse por fuera, porque con su pensamiento bien dirigido era suficiente para elegir y tomar sus propias decisiones.
Celia fue una adolescente que pudo hacer de su crisis un cambio
Hoy estudia lo que le gusta, tiene proyectos propios, y cuando se enoja, se angustia o sufre, usa su cuerpo, pero sólo para poner sus cuerdas vocales, lengua y boca en movimiento y dejar salir con su voz, todo aquello que guardaba. Celia, dejó de callar.
[1] Si jugamos con los
significantes podríamos preguntarnos –qué es lo que ese sujeto anhela?- Podrá
ser que anhele poder respirar libremente, tener aire, que no lo ahoguen; podrá
ser que anhele ser dueño de su propio deseo? Nunca olvidemos esta frase “quien
está atrapado en el sueño de otro está perdido”.
Stella Maris Riera -
Psicoanalista - Universidad de Bs. As.
Atención del Niño y su
Familia
Atención individual del Adolescente y del Adulto
Dirección de correo electrónico: lic.smriera@yahoo.com.ar
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