lunes, 30 de marzo de 2015

La ciencia, la fe y el diagnóstico menos pensado.

La fe no se hace preguntas
si se las hiciera, sería ciencia


Ella era sólo una adolescente terminando su bachiller.
Carcinoma (dijo el médico) y ella preguntó: -¿esto es cáncer?-. 
Palabra temida si las hay, que con su sola mención, produjo nuestro estremecimiento. 
Fue un instante, una palabra por respuesta y la percepción del mundo cambió. Las prioridades se reacomodaron: el trabajo perdió su importancia, los amigos se ubicaron cada uno donde quiso o pudo, la familia se resignificó. 
Sentí que el mundo se había detenido, sin embargo, la gente seguía adelante. 
Llegaron momentos donde el desasosiego y la impotencia fueron tan enormes, que buscamos refugios, ayudas, y consuelos, en los lugares más impensados.
Recuerdo bien, por esa época yo cursaba los últimos años de mi carrera, la ciencia era una parte muy importante en mi vida, y toda ella se teñía bajo su halo. También recuerdo que antes de aquel momento, de forma inesperada, y en varias oportunidades, había llegado a mí una imagen: era la de la Virgen del Rosario.
Debo admitirlo, no la conocía, y en ese entonces yo estaba lejos de imaginar el futuro diagnóstico. Sin embargo, a pesar de haber estado durante varios años renegada de mi fe, decidí guardarla. La tomé y la puse entre las hojas de un libro, que quedó ya no recuerdo en qué parte de un mueble viejo. Meses después volvió a suceder: nuevamente la imagen en un regalo; insólitamente, quien me lo trajo era alguien no creyente. Mi expresión lo dijo todo y sin que medien preguntas respondió no haber visto que en la parte trasera de ese adorno estaba esa imagen. Lo agradecí, lo tomé y lo dejé apoyado sobre una repisa donde quedó olvidado entre otros objetos sin importancia. 
En fin, tiempo después, llegó la ingrata noticia. Cuánta impotencia, cuánto dolor! Una sola idea se había adueñado de mis pensamientos, y mi cuerpo en un inmenso temblor dejó de pertenecerme. Entonces recordé aquella imagen de la virgen y sin más, la busqué, y, apretándola contra mi pecho, como si fuera posible un abrazo, le pedí ¿¡con fe!?  Tal vez… Yo deseaba que así fuera, más que desear, lo necesitaba. Le rogué. Le rogué con vehemencia, intentando rescatar la fe perdida de los lugares más lejanos de mi alma. Ella, la Virgen, claro, tenía que saberlo. Ella en mi oración, tendría que creerme, yo lo necesitaba, yo, la que siempre creí poderlo todo, ahora debía dejar de lado mi omnipotencia, admitirme vulnerable y poner la vida de mi hija bajo su protección (y la de los médicos, por supuesto). 
Fue entonces que surgió en mí un pensamiento loco: no era yo quien la buscaba, era ella que me había encontrado. Qué había pasado? Dónde había quedado todo lo aprendido? Los debates, las discusiones inconclusas, las preguntas que ocuparon gran parte de mi vida, las respuestas esperadas. Freud, Marie Curie, la física cuántica y las cadenas de ADN, todo perdió importancia. La vida de mi hija se jugaba minuto a minuto, no quedaba tiempo para los interrogantes, y además, de nada importaban las respuestas.
Pasaron muchos años, mi hija esta sana, junto a su pareja nos regaló dos hermosos nietos, que alegran cada minuto de nuestras vidas y nos permiten ver en ellos, a aquel hijo varón que no pudo ser. Tiene un hermoso nombre que por respetuosa, me lo guardo, y que significa “mensajera de la paz”. Es una bella mujer, que consagró su vida a las utopías, se brinda  a niños con dificultades a la espera, a mi parecer, de lograr en ellos, el mismo milagro que logró en su vida. En su cuerpo lleva tatuado un ave fénix, y como él, tanto ella como cada uno de nosotros, hemos renacido de las cenizas.
Quise dejarlo por escrito porque este recuerdo está siempre en mí. Yo, que pasé gran parte de mi vida preguntándome acerca de la fe, buscando respuestas donde sólo  pueden encontrarse afirmaciones. Vaya a saber… En definitiva qué es la verdad…? quien podría saberlo?
Una amiga una vez me dijo “a Dios rogando y con el mazo dando” Ésta se ha transformado en una de las frases que acompañan mi vida, porque en circunstancias como aquella, no viene nada mal recordar que la ciencia está de nuestro lado, pero qué aliviador es creer que los milagros también existen.


Stella Maris Riera, Argentina (1958) - Psicoanalista, Contadora de Historias

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