El otoño, los grises, y los días de lluvia,
han sido y serán mis favoritos. Recuerdo bien aquellos tiempos en los que el
mes de mayo traía días nublados y húmedos. También recuerdo estar sentada en el
patio amplio, a cielo abierto, trayendo sus colores violáceos y
amarillos, anunciando las primeras gotas que comenzarían a caer. Como si
fuese a venir un vendaval, yo corría a refugiarme en la cocina, pequeña y
cálida, siempre colmada de aromas sabrosos y conocidos. Ansiosa, esperaba que llegara la lluvia y que el agua se juntara entre las baldosas hundidas, para
después escapar, haciendo caso omiso a las recomendaciones de la tía: porque "no tenés que mojarte, a ver si te resfrías nena… si querés salir, tenés que ponerte el
piloto y las botas”, decía. Yo no la escuchaba. El piloto quedaba tirado y las
botas también... eran tan molestas... Si lo más lindo era mojarse, sentir la ropa pegada
al cuerpo y los pies bailando esa danza que a pesar de múltiples intentos, jamás he podido
repetir. Ese era mi ritual, un ritual obligado que transformaba mis
días igualitos y rutinarios en casi una fiesta, y a pesar de haber sido
desobediente, la tía accedía, benévola y me permitía disfrutar, hasta que mi
fiesta terminara. Luego, con un gesto, me invitaba a entrar, y a falta de reto
estaba el baño caliente, y el abrigo para ser cambiado por el que había quedado
empapado. No había discusiones ni enojos, no había miradas hoscas ni
berrinches. Yo reía, la tía reía, y la risa y sus brazos abiertos en U alcanzaban para dejarme comprender que el momento de jugar había terminado: yo corría y la sujetaba, mientras ella, también me sujetaba; su ternura me
envolvía, su calor me secaba, y el plato de sopa caliente me esperaba sobre la
mesa. La silla alta con el almohadón gordo y mullido, me elevaba unos cuantos
centímetros, sin embargo, aún así, mis piernas colgaban y quedaban (a mi
parecer) muy lejos del piso. Ésa era
entonces, mi visión del mundo. Desde
ahí, desde el fondo de ese patio, yo crecí mientras soñaba. No había tablet, ni celulares. Las
historietas y los sonidos cotidianos eran la sorpresa y el entretenimiento del
día. Las formas de las nubes una atracción; podían resultar divertidas,
temerarias, o incomprensibles. La fantasía fue mi compañera, y en la pequeña cocina de mi tía, la del corazón grande, mi infancia transcurríó feliz.
El tiempo pasó, y nuevos otoños con nuevos colores pintaron mi cielo, nuevas
nubes me regalaron nuevas formas. Cuando estoy segura que nadie
me ve, a solas, vuelvo a saltar con los pies juntos, sobre algún charco, en alguna
vereda rota con el anhelo de recuperar las sensaciones de mi niñez. Es entonces que me convenzo: aunque me esfuerce nunca más dejaré de sentir esta nostalgia que me envuelve cada vez que cae la lluvia.
Stella Maris Riera, Argentina(1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias
Otras obras del artista Leonid Afremov
hermoso!!
ResponderEliminarMuchas gracias por tomarte el tiempo para dejarme tu opinión.
EliminarLa nostagia envasada en gotas de lluvia!
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