lunes, 23 de marzo de 2015

Nostalgia de tía, nostalgia de lluvia.



El otoño, los grises, y los días de lluvia, han sido y serán mis favoritos. Recuerdo bien aquellos tiempos en los que el mes de mayo traía días nublados y húmedos. También recuerdo estar sentada en el patio amplio, a cielo abierto, trayendo sus colores violáceos y amarillos, anunciando las primeras gotas que comenzarían a caer. Como si fuese a venir un vendaval, yo corría a refugiarme en la cocina, pequeña y cálida, siempre colmada de aromas sabrosos y conocidos. Ansiosa, esperaba que llegara la lluvia y que el agua se juntara entre las baldosas hundidas, para después escapar, haciendo caso omiso a las recomendaciones de la tía: porque "no tenés que mojarte, a ver si te resfrías nena… si querés salir, tenés que ponerte el piloto y las botas”, decía. Yo no la escuchaba. El piloto quedaba tirado y las botas también... eran tan molestas... Si lo más lindo era mojarse, sentir la ropa pegada al cuerpo y los pies bailando esa danza que a pesar de múltiples intentos, jamás he podido repetir. Ese era mi ritual, un ritual obligado que transformaba mis días igualitos y rutinarios en casi una fiesta, y a pesar de haber sido desobediente, la tía accedía, benévola y me permitía disfrutar, hasta que mi fiesta terminara. Luego, con un gesto, me invitaba a entrar, y a falta de reto estaba el baño caliente, y el abrigo para ser cambiado por el que había quedado empapado. No había discusiones ni enojos, no había miradas hoscas ni berrinches. Yo reía, la tía reía, y la risa y sus brazos abiertos en U alcanzaban para dejarme comprender que el momento de jugar había terminado: yo corría y la sujetaba, mientras ella, también me sujetaba; su ternura me envolvía, su calor me secaba, y el plato de sopa caliente me esperaba sobre la mesa. La silla alta con el almohadón gordo y mullido, me elevaba unos cuantos centímetros, sin embargo, aún así, mis piernas colgaban y quedaban (a mi parecer) muy lejos del piso. Ésa era entonces, mi visión del mundo. Desde ahí, desde el fondo de ese patio, yo crecí mientras soñaba. No había tablet, ni celulares. Las historietas y los sonidos cotidianos eran la sorpresa y el entretenimiento del día. Las formas de las nubes una atracción; podían resultar divertidas, temerarias, o incomprensibles. La fantasía fue mi compañera, y en la pequeña cocina de mi tía, la del corazón grande, mi infancia transcurríó feliz. El tiempo pasó, y nuevos otoños con nuevos colores pintaron mi cielo, nuevas nubes me regalaron nuevas formas. Cuando estoy segura que nadie me ve, a solas, vuelvo a saltar con los pies juntos, sobre algún charco, en alguna vereda rota con el anhelo de recuperar las sensaciones de mi niñez. Es entonces que me convenzo: aunque me esfuerce nunca más dejaré de sentir esta nostalgia que me envuelve cada vez que cae la lluvia.


Stella Maris Riera, Argentina(1958) - Psicoanalista - Contadora de Historias


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